Key Takeaways
Apenas por debajo de la elegibilidad temprana para el Seguro Social, el padre de Alwin se alejó pacíficamente en su propia cama en Kennebunkport, ME.
¿El factor más condenatorio que acortó su vida? El estrés de su deuda médica y un sistema que le falló a medida que envejecía.
Tenemos un sistema que claramente está roto para demasiados estadounidenses trabajadores.
Trabaja duro, respeta las leyes y muere demasiado pronto.
Eso le pasó mi padre.
Poco antes de ser elegible para recibir su Seguridad Social temprana, a los 61 años y 10 meses, murió en paz en su hogar en Kennebunkport, ME. Toda su vida adulta la había dedicado a la pesca de la langosta, y vivió en sus propios términos. Las maravillas del mar y su respeto por la madre naturaleza significaban que cada día era bien vivido, incluso si el trabajo que amaba le pasaba factura a su cuerpo.
Papá tenía un historial familiar de problemas cardíacos. Pero al final, creo que el factor más condenatorio que acortó su vida fue el estrés por su deuda médica... y un sistema que le falló al envejecer. Su historia cimentó mi determinación de trabajar por una sociedad en la que envejecer con dignidad no sea sólo un golpe de suerte.
Papá acumuló rápidamente facturas médicas. Con sólo 37 años, tuvo su primera cirugía de corazón abierto, un bypass cuádruple. Más tarde, a los 40 y 50 años, se le hicieron más ajustes en el corazón. Al ser un pescador autónomo, con un ingreso modesto y un seguro médico básico contra catástrofes, debía hacerse cargo de todas sus facturas médicas.
En el Maine de los años 80, podías ser creativo. Al principio, pudo hacer trueques con sus médicos para reducir la deuda de cinco cifras después del primer ataque al corazón, ofreciendo langostas en lugar de dinero. Pero eso dejó de ser una opción al acumularse las facturas, y al involucrarse los sistemas de atención médica y los proveedores de seguros todo se complicó.
Con el paso de los años, se volvió un experto en el manejo de su flujo de efectivo y su deuda barajeando sus tarjetas de credito. Pagaba el mínimo con una tarjeta de crédito, pedía un plan de pago a un proveedor de atención médica y luego pagaba la otra factura con una tarjeta de crédito diferente. Era como jugar Poker con el presupuesto. Siempre priorizaba lo básico para asegurar que su familia tuviera lo necesario, pero esa deuda médica siempre se cernía sobre él.
Hacia su último año, los médicos le sugirieron que no pescara más, ya que la tensión en su corazón cada vez más débil le estaba quitando meses de su vida. Se enfrentó a la dura decisión de continuar con el trabajo que amaba y con todo aquello que se identificaba, o dejarlo todo para poder pasar unos meses más con su esposa, hijos y nietas.
Su vida entera era ser pescador de langostas, sin importar la necesidad de ingresos para hacer frente a sus crecientes facturas médicas. Pero su hijo se iba a casar en octubre de 2016, y estaba decidido a llegar a la boda en Hawaii. Así que sabía que tendría que dejar el barco en dique seco cuanto antes.
Falleció en julio de 2016.
Para intentar superar la tristeza o tal vez porque es lo que hacen los nativos de Nueva Inglaterra, nos apresuramos a celebrar su vida, como él hubiera querido, con una modesta reunión en el Atlantic Hall, un viejo cobertizo para botes transformado en un centro comunitario. Fue incinerado y esparcimos sus cenizas en el lugar donde se sentía más a gusto: el mar.
Entonces comenzó el verdadero trabajo. Al ser yo la mayor, era también albacea de su patrimonio, aunque lo de patrimonio, en este caso, era un termino bastante relativo. Pues solo nos dejo deudas medicas.
Estaba claro que mi trabajo consistía en hablar con los acreedores, para que mi madre, recién viuda, no tuviera que enfrentarse a ellos. Cuando me instalé en "la torre de control de la misión" (la oficina improvisada de mi padre con archivadores y papeleo en abundancia) para elaborar una hoja de cálculo que me permitiera seguir mi progreso desde lejos, descubrí que mi padre mantenía registros impecables. Tenía registrados todos los estados de cuenta —deudas médicas o tarjetas de crédito— con un registro de cuándo pagó, cuánto pagó y la siguiente fecha de vencimiento.
NUNCA había dejado de pagar. Eran pagos modestos, pero siempre a tiempo. Tenía planes de pago con las sumas más grandes. Incluso había pagado algunos de los sistemas de salud, pero ¿con qué fin? Cuando llamé a sus proveedores de seguros de vida, me enteré que había cobrado ambos productos ese año, sólo para pagar la deuda médica.
También me enteré, al ver entre montones de papeles, de que había solicitado y le negaron el Ingreso de Seguridad Suplementario (SSI) y el Seguro de Discapacidad del Seguro Social (SSDI), dos programas de la red de seguridad diseñados para apoyar a gente trabajadora como él. La Administración del Seguro Social (SSA) rechazó su solicitud de SSDI porque su condición de trabajador autónomo no le permitía obtener los trimestres necesarios para calificar. Otra carta de la SSA afirmaba que el ingreso familiar, que consistía en el salario de mi madre como empleada de un restaurante, le impedía recibir el SSI. En esa época, yo trabajaba en el acceso a los beneficios públicos en mi trabajo en Washington, DC. Nunca me pidió consejo, y nunca me pidió un centavo.
Tampoco nos habló de su mala situación. El estrés. Los malabarismos. Sólo despotricaba contra los políticos, burlándose de la parte "a bajo precio" de la Ley de Cuidado de Salud A Bajo Precio (ACA). Con el salario de mi madre, ganaban demasiado para tener derecho a los subsidios de ACA, pero muy poco para ponerse al día con la creciente deuda médica. Nunca me tomé muy en serio sus enfados. Para mí era sólo papá hablando de política como siempre. No me di cuenta de lo personal que eran para él esas políticas.
Al final, los acreedores sólo necesitaron tocar unas pocas teclas para borrar la deuda que había llenado a mi padre de tanta ansiedad durante años. Renunciaron a todo porque su cuenta corriente estaba vacía, y no había otros activos de los que disponer, ya que mi madre sigue viviendo en la casa familiar. Todo lo que tenía que hacer era enviar por fax o correo electrónico el certificado de defunción, y todo se solucionó.
Resolver la deuda fue así de fácil para los acreedores. Pero mi madre se quedó sin nada. Los últimos meses de mi padre estuvieron llenos del estrés por sobrevivir. Y a mí me robaron más tiempo con el hombre más importante de mi vida, al obligarle a pagar por el privilegio de permanecer vivo.
Es tan injusto.
Cuando pienso en mi padre, y en los millones de personas que obedecen las leyes y nos dejan demasiado pronto, me enfado.
Tenemos un sistema que claramente no funciona para demasiados trabajadores estadounidenses.
No sorprende que GoFundMe informe que se agregan más de 250.000 recaudaciones de fondos médicos al año que recaudan $650 millones. Dado que los Estados Unidos tienen los costos de atención médica más altos del mundo desarrollado, esto no debería ser una sorpresa. Desde 2009, las primas promedio de las familias han aumentado un 54% y la contribución de los trabajadores ha aumentado un 71%, varias veces más rápido que los salarios (26%) y la inflación (20%), según un estudio de la Kaiser Family Foundation.
La gente se las arregla como puede, pero el crowdsourcing no es una solución. La política debe ponerse al día. Cuando el aparato de salud comienza a quitarte años de vida en vez de añadir vida a tus años, tenemos un problema.
Por eso estoy tan orgullosa de volver al Consejo Nacional para Adultos Mayores (NCOA), la primera organización nacional para el envejecimiento fundada en 1950. Nuestra misión es mejorar la salud y la seguridad económica de millones de adultos mayores, especialmente de aquellos que no lo tienen fácil.
Llegué a NCOA en 2009 con una idea innovadora para apoyar a los adultos mayores cuyas jubilaciones fueron devastadas financieramente por la recesión de 2008. Diez años después, he regresado como presidenta y directora ejecutiva para llevar nuestra misión al siguiente nivel.
En NCOA, creemos que envejecer con dignidad no debería ser un golpe de suerte o estar al alcance de unos pocos privilegiados. Trabajamos por una sociedad justa que permita a cada persona envejecer con dignidad, propósito y seguridad.
Mi padre se merecía eso. Nuestros hijos se lo merecen. Todos lo merecemos.